¡MARCHATE!
- Antonio Guzmán
- 10 dic 2016
- 3 Min. de lectura

Ya estábamos todos, grabadora en mano, ocupando el sótano del hospital civil de la antigua base militar de San Pablo. Lo dotábamos de vida y calor humano, como antaño lo hicieran otros durante sus años de uso y actividad normal, aunque ellos por razones muy dispares a las nuestras. Ellos buscaban allí recuperar la vida y nosotros… encontrar un atisbo de la muerte).
En esta ocasión haríamos una psicofonía abierta; nada de preguntas que cargaran contra esas paredes moradas por el olvido. En esta ocasión, serían los moradores olvidados del lugar los que tomarían la iniciativa. Pulsamos todos el REC y la más absoluta oscuridad, acompañada por un desapacible silencio, nos fue envolviendo bajo su manto opresor.
Los segundos iban lentamente desgastándose cuando sin sentido aparente, la turbación que portaba el estandarte con ese arrogante lema impreso: “VENI, VIDI Y VICI”, arrasó a su paso con cada muestra de quietud alojada en nuestras cabezas, ganándonos así la batalla moral sin apenas resistencia.
Aunque el momento álgido de la experiencia solo había asomado la cabeza y aun no nos había mostrado sus negros dientes.
Pasaba el tiempo entre respiraciones agitadas y murmuraciones por parte de los compañeros cuando sin previo aviso ni anestesia, un grito gutural, aterrador e imperativo, se coló en el sótano despertándonos al patear nuestro silencio.
Un grito cuajado y expulsado desde las negras fauces del averno que impactó como un “uppercut” en nuestros delicados oídos.
Un grito imposible para lo escépticos como improbable para los matemáticos. Y envuelto por tal desgarrador grito, iba oculto un amenazador mensaje. Un directo “¡MARCHATE!” que apuñaló a su paso tantos tímpanos como había allí en ese preciso y fatídico instante (lo cierto es que por mucho que lo intente, no encontrare en mi mente las palabras que puedan relatar con exactitud ese segundo vivido). ¡MARCHATE! Y acto seguido… el CAOS con mayúsculas y en negrita. Pues el pesado ambiente y las almas de los allí presentes, fueron “controladas” y manejadas por los invisibles hilos del “pánico”.
Curiosa mezcolanza, pues nunca pensé hasta ese momento, que las palabras “pánico” y “controlado” pudieran convivir en armonía en la misma frase formando una ecuación perfecta.
Gritos, exaltación incontenida y llantos ahogados continuaron la experiencia. Seguidos por el torpe encender de tantas linternas como disponíamos allí.
Hasta ese momento solamente era guiado por mi oído y hubiera preferido que siguiera siendo así, pues cuando se hizo la luz y mis ojos tomaron parte de la experiencia, pude ver decenas de pálidos rostros, muecas desencajadas, mentes atormentadas y gestos desagradablemente impresionados.
Una chica dijo haber gritado porque le tiraron del pelo. Erika fue golpeada en la espalda. Emilio brutalmente empujado y una joven cuya mente no pudo soportar tanto temor, fue desconectada por su mente a modo de autoprotección, provocando su desmayo.
Mi pregunta es… ¿fuimos nosotros mismos los que provocamos aquel altercado, o tal vez solo fuimos títeres guiados desde unos hilos imperceptibles que manejaban unas invisibles y atormentadas manos?
No tengo respuesta, pero de ser la segunda opción aseguro que fue una dramática actuación sin parangón y que de seguro, dejó a más de uno con grandes secuelas mentales imposibles de cerrar.
Tantas emociones y sentimientos guardados en diez frágiles segundos que explotaron por el fervoroso galopar de la adrenalina.
Cuando todo acabó, tocaba masticar la experiencia lentamente para luego digerirlo sin temor a atragantarnos (yo aun no lo he conseguido).
He de confirmar que pasé miedo, mucho miedo y no me importa reconocerlo. ¿Acaso alguien no lo pasó?
NOTA: Nos ocurrió el 15 Mayo de 2015 durante una ruta extrema paranormal.
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