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LOS NIÑOS NO DEBERÍAN MORIR

  • Manuel Blasco
  • 8 dic 2016
  • 3 Min. de lectura

Y así es. Parece lo normal. Ley de vida. El orden lógico de lo que esta por acontecer. Pero no siempre es asi. El ultimo caso en el que he podido trabajar, es una evidencia de lo cruel de la existencia. Al margen de miedos y angustias, una gran tristeza me embarga al descubrir que son varios los niños que, desde otro plano, me piden que juegue con ellos en los columpios. Se trata de una mansión situada en el Aljarafe sevillano donde, tras unas vistas privilegiadas de la capital hispalense, se esconde una historia oscura. En compañia de un buen amigo, investigador y sensitivo, me desplazo hasta el acceso principal de la finca. La noche es oscura, sin luna. Lo que años atrás fue riqueza y majestuosidad, hoy es ladrillo y escombro alumbrado únicamente por el haz de luz que proyecta mi linterna. En un primer recorrido de reconocimiento, mi compañero entabla un primer contacto con un grupo de militares, que estaban llevando a cabo una reunión en una sala de la planta inferior de la casa. Le llama la atención que solo uno habla castellano. Era cojo y arrastraba torpemente su pierna derecha por el desvencijado pasillo de acceso. "En esta habitación habia una caja fuerte". Otro de los mensajes que este amigo lanza, con la mirada perdida, como en trance, cuando mantiene contacto con el otro lado. Esta información no seria relevante de no ser por un dato que nos facilita posteriormente uno de los vecinos de la zona. La leyenda cuenta que en esta casa habia escondida una caja fuerte y que, hoy por hoy, aun quedan curiosos que buscan el oro nazi entre estas paredes (la casa pertenecía a un Aleman que viene a España durante el exilio nazi, bajo el amparo del general Franco). Llegados a este punto, el ambiente se vuelve mas enrarecido si cabe, y una anciana en silla de ruedas le hace saber a mi compañero que la cocina de la casa lleva azulejos de su color preferido: el amarillo. Y asi fue. Tras la incesante búsqueda de la cocina, damos con ella, y, como no podía ser de otra forma, una celosía de viejos azulejos amarillos marcaba la mitad de la pared principal. Y llegaron los niños. Juguetones y traviesos. Atrapados en otra realidad. Helando la sangre de quien se cruza en su camino. "Tienes a un niño delante. Pero no sabe que esta muerto. No tiene ojos. Solo las cuencas vacías". Ese mensaje hizo que un escalofrío recorriese mi espalda llegando hasta la nuca. Era un niño pequeño, que estaba jugando con dos amigos. Vestidos de epoca, algo parecido a un traje de marinero. Mi compañero invita al pequeño a jugar conmigo: "juega con su linterna, baja la intensidad, cruza por delante de la luz..." Accion-reacción.

En ese preciso momento, la linterna que portaba en mi mano derecha comienza a perder fuerza. Se apaga. Vuelve a encenderse. Parpadea y da un destello. El niño sin ojos estaba interactuando conmigo. Sin salir de mi asombro, le pide que deje la linterna y se mueva hacia el árbol que tengo a mi derecha. Accion-reacción. El árbol comienza a sacudirse como si alguien estuviera golpeándolo con violencia. No os engaño. En este punto ya tenia suficientes evidencias como para abandonar el lugar con pruebas suficientes para hacer dudar al mas escéptico. En el jardín exterior, antes de enfilar el camino que nos lleva al coche y a nuestra realidad, mi compañero comienza a ver columpios. Niños jugando en los columpios.

Una rueda de hierro, de color rojo, donde los niños, sentados, se impulsan entre risas. Dos barcas de color amarillo sobre una base de hierro verde. Varios columpios de cadenas.

Con esa claridad y punto de detalle es capaz de describir lo que, hoy, no es mas que un terreno seco, con hierbajos silvestres, un olivo y varios cipreses que delimitan lo que era el jardín principal. Lo imposible vuelve a materializarse y el sonido de un columpio balanceándose se reproduce, de forma rítmica. Esa rueda roja de hierro estaba chirriando, oxidada por el paso de los años. Al menos, en su realidad, estos niños juegan felices ajenos a su fugaz existencia. (La grabadora ha registrado voces de niños, sonido metálico parecido al que produce un columpio, y mi propia voz, nerviosa, cuando la linterna comienza a funcionar de forma errática.)

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